La formación de la estructura del olivo es uno de los pasos más importantes para tener una explotación olivarera productiva y resistente a inclemencias meteorológicas.
Independientemente de la edad de los olivos, formarlo a través de la poda es una de las tareas más importantes y apasionantes de la olivicultura. Entendiendo por formación de poda una estrategia que va más allá de “cortar leña”.
La existencia de fenómenos meteorológicos extremos es algo inevitable y que con el cambio climático seguramente van a ser más habituales de lo que hasta ahora estábamos acostumbrados.
España posee un patrimonio olivícola incalculable, algo que no siempre se pone en valor en un sector más preocupado por sobrevivir a la falta de rentabilidad que a un legado que tiene que mantener y conservar para el futuro.
Un patrimonio tan abundante de olivares centenarios y, en algunos casos, milenarios, debería estar hasta protegido por Ley.
El caso es que la utilización de sistemas de poda incorrectos ha llevado a muchos olivares de toda nuestra geografía a una situación de bajísima rentabilidad y de fragilidad extrema como ha demostrado la borrasca Filomena.
La estructura tradicional de poda donde el “miedo del podador” es muy patente, lleva a generar olivos con troncos muy ancianos y la superficie productiva a cotas muy altas. Esto tiene varias consecuencias prácticas.
La primera es la dificultad de la recolección tanto manual como mecanizada ya que en este último caso, la eficacia de la transmisión de la vibración en muy escasa. Y en el caso de la recolección manual hace aumentar los tiempos de derribo de aceituna y con ello pérdida de rentabilidad.
La segunda y de más actualidad, es la de daños por el paso de la borrasca Filomena. Lógicamente, una situación tan adversa como la vivida tiene que tener efectos colaterales, pero, un olivar bien estructurado hubiera hecho que las consecuencias no fueran tan complejas.
A nivel estructural del olivo ha provocado daños directos (rotura de ramas y congelación de fruto) y también secundarias (zonas de cicatrización complejas, costes añadidos de reparación de ramas).
El llamado “miedo del podador” hace que las ramas secundarias que soportan la parte productiva del olivo, se alejen del tronco y ramas primigenias o estructurales. De esa manera, se convierten en ramas de cierto calibre (alrededor de 5 a 10 centímetros) y de una longitud excesiva (entre 2 y 4 metros). Ese tipo de ramas, en sí mismo forman árboles productivos pero insertados en ramas viejas y troncos ancianos.
La gran prolongación hace que sea casi imposible el derribo con maquinaria de vibración causando daños en corteza y al cargarse de peso con la nieve de la borrasca Filomena, colapsen y rompan el olivo.
La poda es una de las artes olivícolas que más me apasionan y creo que es una asignatura pendiente dentro del sector olivarero.