La población alcanza su máximo entre finales de abril y principios de mayo (según la zona y las condiciones ambientales), para luego descender y prácticamente desaparecer durante los meses estivales. Este periodo se conoce como vuelo de primavera.
A finales del verano y comienzos del otoño se produce nuevamente un aumento poblacional, dando lugar a un nuevo vuelo, conocido como vuelo de otoño, el cual presenta una menor intensidad en comparación con el de primavera. De este modo, según la RAIF, se identifican dos generaciones anuales. El adulto prefiere realizar las puestas en lugares protegidos como grietas en la corteza, uniones de las ramas con el tronco, heridas de poda o causadas por aperos, aperturas de la corteza originadas por el brote de yemas latentes, uniones de injertos, la base del tronco en olivos jóvenes, e incluso en zonas donde existen galerías y restos de serrín de generaciones anteriores.
Según ha precisado, los daños sobre el cultivo los provoca la larva que excava una galería alrededor del perímetro de las ramas afectadas, cuando el ataque es numeroso en larvas, puede llegar a secar dicha rama. Los síntomas característicos que presentan los olivos tras el ataque de las larvas incluyen un debilitamiento de las ramas afectadas, acompañado de defoliaciones parciales. En muchos casos, al aplicar una ligera presión sobre la rama dañada, esta cede y se desprende con facilidad. En la base de las ramas afectadas pueden observarse abultamientos en la corteza, acompañados de grietas y excrementos producidos por las larvas durante su proceso de alimentación.
Actualmente, la situación de este agente en el cultivo muestra un claro aumento generalizado del vuelo de adultos en todas las provincias, según la RAIF.
Por ello, considera necesario realizar un seguimiento continuo de la curva de vuelo, adoptando las medidas de vigilancia y control oportunas para evitar daños en el olivar. Además, cree que debe prestarse especial atención a la incidencia de este agente en plantaciones jóvenes, menores de ocho años, ya que puede provocar un retraso significativo en su desarrollo vegetativo, e incluso llegar a causar la desecación de las plantas.
Como alternativa al control químico, puede recurrirse al control biológico. En este sentido, el abichado presenta parasitismo por parte de himenópteros como Iconella Myelolenta y Phanerotoma ocularis, especies que se encuentran de forma natural en el olivar. Se estima que estos himenópteros parásitos pueden llegar a ejercer un control superior al 50% sobre las larvas.
En cuanto a los tratamientos fitosanitarios, según la RAIF, no existe un umbral de intervención claramente establecido. Su aplicación suele recomendarse tras observar un descenso en la curva de vuelo de adultos, y únicamente cuando se detecten ramas afectadas por la actividad larvaria.